Día 18 de la Operación Chi Sao
Iba a grabar hoy el vídeo, pero estaba lloviendo a cántaros (la verdad: me ha podido la resistencia porque quiero seguir “perfeccionando” el mensaje del vídeo).
Mañana puede que lo vuelva a intentar… ya veremos.
Probablemente, casi seguro, estará el lunes.
Siempre terminan saliendo mis bebés. A veces es duro parir contenido de calidad.
De todas formas no quiero dejarte sin nada. Aquí debajo tienes la transcripción del borrador.
Verás que el titular parece click-bait, pero yo odio esas cosas.
El titular es fuerte pero va en serio. Es decir, no es únicamente para que sigas leyendo. Creo que el mensaje de dentro está alineado con el título, y además tiene sustancia.
Ya me dirás qué te parece.
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LA ANSIEDAD NO EXISTE
Una afirmación que puede parecer extraña, pero en este vídeo quiero mostrarte cómo más extraño aún es ponerle el nombre de “ansiedad” a eso que sentiste.
En mi época cuando vivía con mucho miedo, caí en una trampa fundamental del lenguaje. Una trampa que me hizo multiplicar mis miedos. Porque estaba, sin darme cuenta, cayendo en un malentendido psicológico.
Pero cuando comprendí el truco que hay detrás, se fue despertando mi confianza de forma natural. Y por eso te hago este vídeo, para compartir contigo ese aprendizaje.
Empecemos haciéndonos una pregunta poderosa:
¿Qué hay de problemático en describir eso que sientes como “la ansiedad”?
El problema es que, eso que sientes, no es “ansiedad”, es algo muy diferente.
El mecanismo funciona así:
Imagina que analizamos un trozo de sangre en un microscopio. El pegote de sangre lo vemos como una cosa ahí quieta. Pero si miramos a través del microscopio, veremos algo diferente. Veremos células moviéndose.
Es decir, a nivel macroscópico, vemos un pegote de sangre quieto. Una cosa ahí seca, sin moverse. Pero si echamos un segundo vistazo, a nivel microscópico, más que una “cosa” estática, observaremos un PROCESO VIVO. Es decir, veremos células que están en movimiento. Y si pudiéramos ver a nivel más microscópico aún, veríamos una danza de electrones en movimiento.
En el caso de la ansiedad, podemos darnos cuenta de lo mismo, echando un segundo vistazo a través del microscopio de la mente, o sea, a través de contemplar nuestra experiencia directa.
Primero, tú ves una imagen en tu mente y/o escuchas un sonido mental… e inmediatamente, notas un movimiento en el cuerpo. Esa imagen que visualizas, ese sonido que escuchas y esa sensación que notas… si te fijas con precisión… descubrirás que están vivos, en movimiento, porque puedes recononer cómo, igual que van apareciendo, van desapareciendo.
Después lo que hacemos es ponesrle un nombre a esa experiencia que hemos vivido. Y la llamamos “ansiedad”.
¿Qué problema tiene ponerle el nombre de “ansiedad” a eso que has experimentado?
El problema es que, cada vez que dices frases como “la ansiedad” o “mi ansiedad”, estás alejando tu mente del mundo real. Al usar nombres abstractos, estás mentalmente “congelando” un proceso que en realidad está vivo. Y al congelarlo, no puedes cambiarlo, porque a nivel psicológico te crees que está FIJO. Por eso te asusta lo que sientes, porque al llamarlo “ansiedad”, tu mente cree que es algo inamovible.
Cuando uno recubre su experiencia con etiquetas abstractas, eso puede hacer que se asuste más. Porque le está poniendo un “disfraz mentiroso” a la sensación. En lugar de simplemente percibir el movimiento de la imagen-sonido-sensación, y contemplar cómo, esa experiencia, igual que viene, se va… lo que uno haces es “congelar mentalmente la experiencia” a través de un nombre abstracto.
Primero está la sensación. Y luego, después, por otro lado está la etiqueta con la que “recubrimos” esa sensación. Etiquetar nuestra experiencia con palabras como “ansiedad”, “trastorno”, “miedo” o “depresión”… es como ponerle un disfraz de monstruo a tus sensaciones. El problema es que, si no somos conscientes de este proceso, los monstruos del armario nos parecen reales. Y los monstruos asustan mucho.
Además, si a esa etiqueta llamada “ansiedad”, le añadimos encima la etiqueta de “MALA”, entonces el monstruo de repente se vuelve gigante, y nos asustamos el triple.
Por eso, cómo etiquetas lo que sientes, influye en cómo te sientes. Cómo etiquetas lo que sientes, influye en cómo te sientes.
Decir “ansiedad” es convertir psicológicamente algo vivo en algo fijo. Y al hacer eso, transformarse se vuelve imposible.
No puedes cambiar de forma algo que está fijo.
Con todo esto, no niego lo que puedas estar sintiendo. Sé que tú lo sientes real. Me refiero a que, etiquetarlo con nombres abstractos, aleja tu mente de la realidad. Y eso puede asustar.
Para transformar este malentendido mental, te voy a dar un truco:
Si quieres empezar a confiar más en ti y en el mundo, te animo a que transformes tu lenguaje de la siguiente manera:
La próxima vez que te escuches diciendo nombres abstractos como “la ansiedad” o “el miedo”… date cuenta de ello y automáticamente cámbialos por verbos como “ansiar” o “temer”. Cambias ansiedad por ansiar. Cambias miedo por temer. Conviertes el nombre abstracto en un verbo.
Cambias la palabra fija por la palabra en movimiento.
Y así te puedes ir liberando.
Este truco lingüístico puede parecer una tontería, pero el cerebro no es tonto. Está escuchando todo el rato los mensajes que le damos con nuestras palabras.
Por eso, a medida que vayas transformando tu lenguaje, le irás enseñando a tu cuerpo<>mente cómo ALINEARSE un poco más con la realidad. Y al hacer eso, notarás cómo fluyes mejor ante las experiencias. Porque habrás dejado de “congelar mentalmente” algo que siempre estuvo vivo, en constante cambio.
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Cuida tu lenguaje.
O más bien -> cuidando tu lenguajeando.
Suena raro ¿verdad?… pero prueba un tiempo jugar con el tiempo verbal que más alineado está con «la realidad» -> el presente continuo. Usa palabras en que terminen en -ando, como «ansiando» o «confiando»… para ir disolviendo «malentendidos monstruosos». Fíjate cómo se va sintiendo (al menos pruébalo en tus adentros, no vayan a rechazarte en la tribu por hablar como un loco)
Mañana más
Íñigo
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