Aprendí el término «protopía» de Kevin Kelly, y desde entonces me hace mucho sentido.
Las utopías son cuentos bonitos, pero siempre fallan en la práctica. No creo en ellas, y menos en las tecnológicas, aunque algunos me llamen utópico. Las distopías, en cambio, sí pueden ocurrir. Son entretenidas, cinematográficas y fáciles de imaginar, pero su error es que no se sostienen: el caos inicial se convierte en crimen organizado y luego en un gobierno corrupto.
Nuestro destino no es ni la utopía ni la distopía, sino la protopía: un avance pequeño pero constante. Sin embargo, hoy nadie sueña con el futuro, lo tememos o lo evitamos. Ojalá esta ceguera sea solo pasajera y podamos volver a imaginar un futuro mejor, aunque no sea espectacular.
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